It's 1988 now. Margaret Thatcher is entering her third term of office and talking confidently about an unbroken Conservative leadership well into the next century. My youngest daughter is seven and the tabloid press are circulating the idea of concentration camps for persons with AIDS. The new riot police wears black visors, as do their horses, and their vans have rotating video cameras mounted on top. The government has expressed a desire to eradicate homosexuality, even as an abstract concept, and one can only speculate as to which minority will be the next legislated against. I'm thinking of taking my family and getting out of this country soon, sometime over the next couple of years. It's cold and it's mean spirited and I don't like it here anymore.
Goodnight England. Goodnight Home Service and V for Victory.
Hello the voice of fate and V FOR VENDETTA. (Taken from Alan Moore's introduction to the original run of V for Vendetta, 1988)
Nothingness encapsulated. You won't feel a thing.
Friday, April 28, 2006
Monday, April 24, 2006
Sunday, April 23, 2006
"Y estudiar tiene un propósito no sólo en la vida de una persona, sino en la sociedad a la que pertenece: aprender a realizar una actividad con el fin de vivir de ella y contribuir con la comunidad. Las universidades públicas sobre todo, por depender del presupuesto público, deben estar completamente orientadas a ofrecer sólo carreras que el mercado laboral vaya necesitando para desarrollar la economía. Los que quieran estudiar filosofía o sociología deberían acudir a las privadas." (Dicho por Diegoth acá.)
Saturday, April 01, 2006
Futuro Imperfecto
(Traducción de Future Imperfect, un artículo de Kazuo Ishiguro para The Guardian sobre su novela Never let me go)
Durante los noventa escribí varios pedazos de una historia sobre un grupo inusual de "estudiantes" en la campiña inglesa. Nunca fué claro para mi quienes eran estas personas. Vivían en casas de campo derruidas, y aunque se dedicaban a cosas típicas de estudiantes -discutir sobre libros, escribir el ensayo ocasional, enamorarse y desenamorarse- no había universidad ni profesor a la vista. Un destino extraño pendía sobre estos jóvenes, pero de nuevo, yo no sabía exactamente cuál era. (Por esos días, pensaba que tendría que ver con armas nucleares). En un estante de mi estudio hay una caja etiquetada "Estudiantes" llena con esos fragmentos, siendo el más viejo de 1990. Yo realmente quería escribir mi novela de los estudiantes, pero nunca logré llegar más allá de un cierto punto y siempre terminé escribiendo algún otro libro completamente distinto.
Una mañana hace unos cinco años estaba escuchando una discusión en la radio sobre avances en biotecnología. Usualmente yo cambio de estación cuando las discusiones científicas comienzan pero esta vez me quedé escuchando y la pieza del rompecabezas que me hacía falta apareció. Finalmente pude ver la historia que había estado buscando: algo simple, pero fundamentel, acerca de la tristeza de la condición humana. Luego de eso, trabajé constantemente, promediando cerca de treinta horas a la semana, por tres años, hasta que terminé mi libro. Como siempre, deseché largos trozos y agonizé pensando en el título por muchas semanas. Me recuerdo leyendola por primera vez y concluyendo que era la novela más optimista que había escrito nunca.
En cualquier caso, yo siempre había pensado que la novela transcurría en la Inglaterra de los 70, 80 y 90 -la Inglaterra de mi juventud, supongo; una Inglaterra distante de aquella de mayordomos-y-Rolls-Royce que había confrontado en The Remains of the Day [N.T. ¿Los restos del día?]. El tipo de Inglaterra que quería ahora era esa de cielos grises, prados desnudos y planos, calles áridas, casa de campo abandonadas y carreteras vacías. Aparte de las memorias de infancia del narrador, alrededor de las cuales me permitiría un poco de sol y energía, quería una Inglaterra despojada de cualquier tonalidad brillante. Quería el tipo de belleza cruda y austera que asocio a ciertas areas rurales remotas y pueblos medio olvidados a la orilla del mar.
El contexto de la primera parte de Never let me go es un colegio internado, pero permitanme aclarar que yo nunca estudié en uno. Por supuesto, usé mis propias memorias sobre lo que se siente ser un niño y un adolescente. Y supongo que es inevitable que la experiencia de ser un padre modifique la manera como pienso sobre los niños. Pero no puedo pensar en ninguna escena de esa parte en el colegio que sea basada, incluso parcialmente, en un hecho concreto que me haya ocurrido a mí o a alguien que conozca. Cuando escribo sobre ninõs, lo hago de la misma manera que cuando escribo sobre personas ancianas, o sobre cualquier otro personaje que tiene una cultura o una experiencia de vida distinta a la mia. Intento en lo posible pensar como ellos lo harían y luego mirar hacia dónde me lleva eso. Nunca me ha parecido que los niños presenten dificultad para mí como novelista. De hecho, me parece alarmantemtne fácil pensar como un adolescente.
El contexto del colegio internado, agregaría, me atraia porque me impactaba como una manifestación física de la manera como todos los niños son separados del mundo adulto y como son lentamente alimentados con pequeñas gotas de información sobre aquello que los aguarda, con frecuencia con generosas dosis de decepción - con buena o mala intención. En otras palabras, servía como una metáfora decente de la niñez en general.
Para terminar, unas palabras acerca de los clones. Paradójicamente, me parece que contar con clones como personajes centrales hace fácil confrontar algunas de las preguntas más antiguas en literatura; preguntas que en años recientes se han vuelto algo difíciles de hacer desde la ficción. "¿Qué significa ser un ser humano?" "¿Qué es el alma?" "¿Cuál es el propósito por el cual hemos sido creados?" "¿Debemos intentar cumplir ese propósito?" En libros de otra época -en Dostoyevski o Tolstoy, digamos- los personajes podían debatir sobre estos asuntos por veinte páginas seguidas y nadie se quejaba, pero en nuestra época, los novelistas han sufrido mucho intentando encontrar el vocabulario apropiado -o un tono apropiado, tal vez- para discutir estas preguntas sin sonar pomposos o arcáicos. La introducción de los clones -o robots, o superordenadores, supongo- como personajes centrales, permite reintroducir estas preguntas a los lectores modernos de una manera natural y económica. No debe sorprendernos que muchos otros libros y películas -incluyendo trabajos particularmente ambiciosos de David Mittchel y Michel Houellebecq- elijan clones como personajes protagónicos. Es una manera futurista de tratar lo viejo.
(Traducción de Future Imperfect, un artículo de Kazuo Ishiguro para The Guardian sobre su novela Never let me go)
Durante los noventa escribí varios pedazos de una historia sobre un grupo inusual de "estudiantes" en la campiña inglesa. Nunca fué claro para mi quienes eran estas personas. Vivían en casas de campo derruidas, y aunque se dedicaban a cosas típicas de estudiantes -discutir sobre libros, escribir el ensayo ocasional, enamorarse y desenamorarse- no había universidad ni profesor a la vista. Un destino extraño pendía sobre estos jóvenes, pero de nuevo, yo no sabía exactamente cuál era. (Por esos días, pensaba que tendría que ver con armas nucleares). En un estante de mi estudio hay una caja etiquetada "Estudiantes" llena con esos fragmentos, siendo el más viejo de 1990. Yo realmente quería escribir mi novela de los estudiantes, pero nunca logré llegar más allá de un cierto punto y siempre terminé escribiendo algún otro libro completamente distinto.
Una mañana hace unos cinco años estaba escuchando una discusión en la radio sobre avances en biotecnología. Usualmente yo cambio de estación cuando las discusiones científicas comienzan pero esta vez me quedé escuchando y la pieza del rompecabezas que me hacía falta apareció. Finalmente pude ver la historia que había estado buscando: algo simple, pero fundamentel, acerca de la tristeza de la condición humana. Luego de eso, trabajé constantemente, promediando cerca de treinta horas a la semana, por tres años, hasta que terminé mi libro. Como siempre, deseché largos trozos y agonizé pensando en el título por muchas semanas. Me recuerdo leyendola por primera vez y concluyendo que era la novela más optimista que había escrito nunca.
En cualquier caso, yo siempre había pensado que la novela transcurría en la Inglaterra de los 70, 80 y 90 -la Inglaterra de mi juventud, supongo; una Inglaterra distante de aquella de mayordomos-y-Rolls-Royce que había confrontado en The Remains of the Day [N.T. ¿Los restos del día?]. El tipo de Inglaterra que quería ahora era esa de cielos grises, prados desnudos y planos, calles áridas, casa de campo abandonadas y carreteras vacías. Aparte de las memorias de infancia del narrador, alrededor de las cuales me permitiría un poco de sol y energía, quería una Inglaterra despojada de cualquier tonalidad brillante. Quería el tipo de belleza cruda y austera que asocio a ciertas areas rurales remotas y pueblos medio olvidados a la orilla del mar.
El contexto de la primera parte de Never let me go es un colegio internado, pero permitanme aclarar que yo nunca estudié en uno. Por supuesto, usé mis propias memorias sobre lo que se siente ser un niño y un adolescente. Y supongo que es inevitable que la experiencia de ser un padre modifique la manera como pienso sobre los niños. Pero no puedo pensar en ninguna escena de esa parte en el colegio que sea basada, incluso parcialmente, en un hecho concreto que me haya ocurrido a mí o a alguien que conozca. Cuando escribo sobre ninõs, lo hago de la misma manera que cuando escribo sobre personas ancianas, o sobre cualquier otro personaje que tiene una cultura o una experiencia de vida distinta a la mia. Intento en lo posible pensar como ellos lo harían y luego mirar hacia dónde me lleva eso. Nunca me ha parecido que los niños presenten dificultad para mí como novelista. De hecho, me parece alarmantemtne fácil pensar como un adolescente.
El contexto del colegio internado, agregaría, me atraia porque me impactaba como una manifestación física de la manera como todos los niños son separados del mundo adulto y como son lentamente alimentados con pequeñas gotas de información sobre aquello que los aguarda, con frecuencia con generosas dosis de decepción - con buena o mala intención. En otras palabras, servía como una metáfora decente de la niñez en general.
Para terminar, unas palabras acerca de los clones. Paradójicamente, me parece que contar con clones como personajes centrales hace fácil confrontar algunas de las preguntas más antiguas en literatura; preguntas que en años recientes se han vuelto algo difíciles de hacer desde la ficción. "¿Qué significa ser un ser humano?" "¿Qué es el alma?" "¿Cuál es el propósito por el cual hemos sido creados?" "¿Debemos intentar cumplir ese propósito?" En libros de otra época -en Dostoyevski o Tolstoy, digamos- los personajes podían debatir sobre estos asuntos por veinte páginas seguidas y nadie se quejaba, pero en nuestra época, los novelistas han sufrido mucho intentando encontrar el vocabulario apropiado -o un tono apropiado, tal vez- para discutir estas preguntas sin sonar pomposos o arcáicos. La introducción de los clones -o robots, o superordenadores, supongo- como personajes centrales, permite reintroducir estas preguntas a los lectores modernos de una manera natural y económica. No debe sorprendernos que muchos otros libros y películas -incluyendo trabajos particularmente ambiciosos de David Mittchel y Michel Houellebecq- elijan clones como personajes protagónicos. Es una manera futurista de tratar lo viejo.
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